Aquella ceremonia de juramentación no era como cualquier otra. Se trataba de un acontecimiento histórico.

De las aproximadamente 700,00 a 750,000 personas que anualmente se convierten en ciudadanos estadounidenses, el venezolano Juan Correa-Villalonga era el primero que lo conseguía tras haber sido deportado y luego retornado legalmente a Estados Unidos.

“Soy un ciudadano de Estados Unidos. Estoy sobre la luna y ni siquiera puedo procesar por completo la cantidad de alegría y orgullo que siento hoy”, dijo Villalonga aquel 18 de mayo en Miami tras hacer realidad un sueño que hace 10 años parecía imposible cuando fue deportado desde el sur de Florida hacia su natal Venezuela.

“Siento una inmensa gratitud por innumerables bendiciones; la oportunidad de crecer en este país, de luchar por mi lugar de nacimiento, los mejores amigos y familiares que podría haber imaginado. Mis padres son mis héroes, y agradezco a Dios todos los días por ellos. Hace 10 años mi familia estaba atrapada en un limbo de inmigración, casi me rendí y dejé los Estados Unidos para siempre…”

Pero antes de volver al pasado veamos el presente. Próximo a cumplir 31 años y residente en Pembroke Pines en el sur de Florida, Villalonga es el director de operaciones de AMAVEX (Asociación de Madres y Mujeres Venezolanas en el Exterior), grupo de activistas que luchan contra el gobierno actual de Venezuela y fundado por su madre, Helene Villalonga en 2007.

Activismo

Juntos, los Villalonga han convertido a la AMAVEX en “un mecanismo formal y legal para apoyar la lucha de la defensa de los derechos humanos de hijos y familiares de madres que no encontraban justicia en las instituciones del Estado Venezolano”, indica un mensaje colgado en la página de Facebook de la organización.

Con el tiempo la lucha se ha ido transformando en una necesidad de atender las dificultades migratorias de estas familias que buscan un nuevo horizonte.

Helene ha sido una de las principales propulsoras del proyecto conocido como Ley H.R. 3744 de Asistencia al Refugiado Venezolano (Venezuelan Refugee Assistance Act) que busca conceder la residencia permanente a venezolanos que emigraron a Estados Unidos antes de 2012 y que no pueden volver a su país de origen por razones políticas.

La iniciativa se encontraba bajo consideración en la cámara de representantes.

«Ver a Juan levantar su mano derecha y jurar lealtad a esta noble Nación que tanto él ama y admira no tiene descripción. El orgullo de ver cómo sus fuerzas y profundo deseo de ser ciudadano americano jamás desmayaron, es algo que no se puede expresar con palabras”, destacó la madre a El Sentinel.

“Fueron muchos los momentos en que por un instante parecía que iba a bajar los hombros, sin embargo a pesar de ser una de mis luchas más duras y que para muchos era imposible de lograr, como madre y sobre todo como mujer de fe puse toda mi confianza en Dios a quien agradezco profundamente por haber escuchado mis ruegos en tantas noches de desvelos y llantos en los dos años que estuvimos separados, él en Venezuela y sus padres y hermanos aquí».

Pesadilla

Era como un viaje directo al paredón. Solo un suicida tendría la osadía de volver a un país donde lo esperaban para torturarlo y encarcelarlo, rescata un artículo publicado en octubre de 2015 sobre el drama de Correa-Villalonga.

En aquel entonces, el joven no tenía otra alternativa. A pesar de que tanto él como su familia, toda residente en Miami, figuraban en la lista negra del entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, el opositor de 21 años volaba de vuelta a Caracas… ¡deportado!.

Corría mes de octubre de 2009 y Correa-Villalonga había tropezado con la mala fortuna de un hueco en el sistema migratorio estadounidense. Sin dinero, ni esperanzas volvía a la boca del lobo.

“Durante dos años estuve escondiéndome de casa en casa”, recuerda el activista que regresaría a EEUU en 2011 en calidad de refugiado político.

«Fue algo traumático. Un día me encontraron [los chavistas] y me golpearon la cabeza. Me abrieron una herida y me tomaron ocho puntos de sutura. Me advirtieron: »dile a tu madre que regrese y se estregue. De lo contrario, la próxima vez te vamos a matar’”.

De acuerdo a cifras del censo, unos 80,000 venezolanos o personas con parentesco de este país residen actualmente en los condados de Broward, Palm Beach y Miami-Dade, lo que representa un crecimiento del 250 por ciento entre el 2000 a 2013, cuando se ha experimentado lo peor de la crisis políticas y social en Venezuela.

Muchos de esos individuos son ciudadanos estadounidense y otros figuran como inmigrantes legales. Otros, sin embargo, viven en el país indocumentados y corren el peligro de ser deportados como fue el caso de José Correa-Villalonga.

La familia Villalonga (padre, madre y dos hermanos) arribaron al sur de Florida en el año 2000 en calidad de turistas y tras el asesinato de un familiar en Venezuela decidieron permanecer en EEUU.

Mientras buscaban el estatus de refugiados políticos, Juan terminaba sus estudios secundarios, pero sin papeles legales le fue imposible continuar su carrera universitaria. Fue entonces cuando decidió emigrar a Canadá.

«Fui detenido a pocas millas de la frontera en Vermont. Luego me trasladaron a New Hampshire y después a Boston. Estuve unos dos meses detenido hasta que finalmente me llevaron Nueva York de donde me deportaron a Caracas».

Tras aquellos dos años de pesadillas, el activista finalmente reingresó a Estados Unidos gracias a las gestiones de su madre que lo reclamó como refugiado político.

Hoy aquel refugiado es un nuevo ciudadano de EEUU.

“No hay tal cosa como imposible. La realidad de la posibilidad se construye con estructuras de fe, y además de establecer límites o cerrarte, esas estructuras te ayudan a liberarte y te permiten lograr cosas increíbles”, precisa Juan, quien agradeció la representante Wasserman Schultz por su apoyo en esta causa.

“Ni el mal, el odio, ni la tristeza son reales. Estos no son más que la ausencia de bondad, amor y alegría. Todos tenemos esos dones dentro de nosotros, y tenemos dentro de nosotros para llevarlos a cualquier situación”, concluyó.

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