Esperanza, eso es lo que albergan los cerca de 200 venezolanos que se agolpan todos los días frente a la terminal de transportes de la ciudad colombiana de Cali para recibir ayuda o simplemente hacer una pausa en el largo recorrido que realizan por Suramérica para huir de la crisis de su país

«Salí de Venezuela con esperanza», dijo a EFE Rosmery Rodríguez, quien abandonó su país hace un mes y 22 días con el objetivo de conseguir en Colombia los medicamentos que requiere para tratar sus problemas de tiroides y los dolores en las vértebras cervicales, algo que ya ha conseguido.

Pese a que el sueño de un mejor porvenir reina en el ambiente, no todo ha sido fácil para venezolanos como Rodríguez pues el pasado 15 de agosto unas 260 personas tuvieron que abandonar un albergue de tránsito gestionado por la Pastoral del Migrante de la Arquidiócesis de Cali por problemas de mantenimiento.

La superpoblación del recinto, sumada a problemas sanitarios, especialmente en la red de alcantarillado, son algunos de los motivos por los cuales la Pastoral decidió cerrar el lugar.

Esa situación ha llevado a algunas personas a dormir en camastros improvisados en los andenes que están ubicados frente a la terminal mientras consiguen un trabajo que les permita pagar una habitación o seguir su camino.

Es por ello que Rodríguez tiene claro que si consigue pronto un empleo se establecerá en Cali porque considera que así puede «tener algo» y «está haciendo algo por uno mismo, por la familia», entre la que cuenta a sus cuatro hijos.

Sin embargo, hay días en los que, en medio de su odisea, la nostalgia aflora y siente ganas de regresar a Venezuela porque, según recuerda, lleva «un mes sin trabajo» y siente que está en la misma situación que cuando abandonó su país.

«Hay que tener paciencia para todo, no es fácil salir de Venezuela. A mí me costó mucho abandonar Venezuela», manifestó.

Ante esta situación, la solidaridad de los colombianos ha salido a flote y algunas personas, como Wilson Gómez y su familia, tratan de llevarle algún tipo de ayuda a los migrantes.

«Lo poco que nosotros podemos darles es la comida, un sándwich.», contó a Efe Gómez, quien señaló que dona alimentos a los venezolanos porque tiene familiares que viven y nacieron en ese país.

«Yo alcancé a vivir allí diez años y tengo un hijo venezolano, casi todos mis sobrinos son venezolanos y sus familias también. Al ver la situación allá uno se siente conmovido», agregó.

Gómez destacó que esta semana ha hecho donaciones todos los días y que algunas de las personas «reciben de buena gana» la comida, mientras que otros dicen que «no es suficiente» la ayuda y «quieren más».

«Complacer a todos es difícil», apostilló.

Una de las familias beneficiadas por la ayuda de Gómez es la de Jeison Medina y Keily Montoya, quienes aseguraron que se fueron de Venezuela porque sólo tenían una comida por día.

«Últimamente solo estábamos comiendo una sola vez al día, el ser humano necesita tres comidas diarias y ya sólo comíamos yuca», contó Montoya a Efe.

Sin embargo, Medina dijo que en Colombia la situación no ha sido fácil porque cuando pasaron en Bogotá les robaron la ropa, una plancha e incluso el esmalte de uñas de Montoya, con quien tiene un niño de un año.

«Nosotros fuimos a Ecuador y no pudimos pasar por un documento del niño que se nos mojó y allá uno tiene que tener los documentos en buen estado (…) Nos decidimos a quedar aquí, pues la mejor ciudad de Colombia para nosotros es Cali, es donde mejor nos han tratado», afirmó Medina, quien vende caramelos para poder pagar un hospedaje para su familia.

Ellos forman parte del éxodo venezolano que afecta a buena parte de la región. Se estima que cerca de 35.000 venezolanos ingresan diariamente a Colombia, algunos para comprar bienes de primera necesidad y otros para abandonar definitivamente su país e iniciar un periplo para instalarse en alguno de los países de la región.

Para sacar a su familia adelante, Medina se levanta a las 6.00 de la mañana y una hora después sale a las calles de la capital del departamento del Valle del Cauca (suroeste), donde trata de conseguir los 20.000 pesos (unos 6,7 dólares) que cuesta la habitación en la que vive con su esposa e hijo.

Y es que a pesar de todas las dificultades, Medina considera que haberse ido a vivir a Cali con su familia es mejor que seguir viviendo en Venezuela.

«Aquí estamos mejor, todo el día vendemos caramelos pero por lo menos estamos mejor. Comemos tres veces al día, dormimos bien, estamos dispuestos a hacer lo que sea con tal de uno estar bien», concluyó.

VÍA DIARIO LA VERDAD.

 

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