Muchos ciudadanos viven con la esperanza de que la realidad del país cambie y así poder reencontrase con familiares y amigos.

Los venezolanos se encuentran cada vez más aislados. Las camas matrimoniales podrían ser cambiadas por individuales; mientras que un par de cubiertos sobre la mesa es suficiente porque no hay compañía para comer.

La inseguridad y la decadente economía han pulverizado la calidad de vida. Cada vez son más los ciudadanos que ven a sus seres queridos sellar sus pasaportes sin esperanzas de volver, convirtiendo los hogares en jaulas tan oscuras que la luz no las atraviesa.

Lino Jiménez, transportista particular, narró que es tan agobiante el sentimiento de soledad, que cualquier señal que asocie a su cotidianidad pasada y ahora olvidada, le regresan recuerdos difíciles de digerir.

“Yo creo que no hay palabras. Cómo describir esta soledad, esta cosa tan fea. Yo he vivido siempre acompañado y después de 30 años casado, de la noche a la mañana me quedé sin familia, sin nada”, dijo Jiménez cabizbajo en una entrevista para El Nacional Web.

Hace dos años partió su hija mayor, un año después su esposa y su hijo. Ahora sus hijos le envían remesas, mientras buscan la manera de reunirse y compartir de nuevo un abrazo.

“Yo en la casa lo que hago es deprimirme porque no tengo a mis seres queridos, ando sin ánimo, salgo a trabajar sin ánimo, como sin ánimo un día sí y un día no. Esas son cosas que de verdad le pegan muchísimo a uno”, expresó.

Daniel Piñango, empresario y padre de cuatro hijos, se encuentra sin parientes directos a quienes transmitirle las experiencias y vivencias que adquirió después de tantos viajes por el país.

“Es tan bravo que cuando tú sales vas a ver que quedan unos grupos aquí y otros allá, tú estás en los dos lados. Quieres estar allá porque está tu familia, pero quieres estar aquí porque esta es tu tierra”, expresó Piñango.

Con la mirada enfocada en las grietas que separan las baldosas del suelo, detalló que son muchas las noches en que los ojos no descansan por la incertidumbre. “¿Dónde están? ¿Qué están haciendo? ¿Hice bien al apoyarlos?”, son las preguntas que retumban en su cabeza.

“Pero a lo mejor, analizando la situación ahorita y comparándola con el sacrificio, tenía que hacerlo… a pesar del dolor, en ese momento fue la decisión correcta. ¡Aunque me duela! ¡Aunque los haya perdido!”, reflexionó el solitario padre.

El sentimiento no es exclusivo de padres. El espectro abarca ciudadanos de todas las profesiones y edades.

A sus 22 años de edad, Adriana Fernández, estudiante de la Universidad Católica Andrés Bello, ha visto cómo sus amigos se han asentado en diversos países.

Relata que el sonido de su teléfono local le resulta sorprendente, pues ya nadie marca ese número.

“Cada vez que suena el teléfono aquí en la casa nos vemos la cara el uno al otro y nos preguntamos: ¿Para quién será la llamada? Ya no llama nadie aquí, siempre pensamos que es un número equivocado”, dijo Fernández.

La situación la ha vuelto pesimista y aunque las personas al despedirse lo hacen con la promesa de reencontrase, ella escucha un adiós definitivo.

“Esa frase de nos vamos a volver a ver. Siempre pienso que no va a pasar. Uno hace su vida por un lado y los demás por otro, vas perdiendo el contacto quieras o no”, señaló.

Su dolor al pensar en que sus primas más pequeñas olvidarán su rostro se refleja claramente en su voz quebrada al hablar sobre ellas.

“Veo a mis primas chiquitas, de cinco y seis años, y sé que cuando nos separemos no me van a recordar. Por mucho cariño que nos tengamos ahorita, no me van a recordar, porque crecen”, dijo en un tono que juntaba desconsuelo y añoranza.

La estudiante no ve en su futuro fiestas navideñas como las que realizaban años atrás en familia.

“Esas reuniones no van a pasar. No voy a estar más con ellos porque en mi caso no tuve la suerte de que todos se fueran al mismo país (…) Se fueron a Colombia, España, Panamá, Costa Rica, Argentina, Perú, Chile. Están regados por todos lados, entonces ves las fotos familiares y claro muy difícilmente vamos a vernos otra vez”, aseveró.

La estudiante se encuentra en el décimo semestre de la carrera de Comunicación Social. Este año se debe despedir del que fue su entorno por cinco años. Sabe que el acto de grado es el punto de partida para decir adiós.

Sanar las cicatrices

La psicóloga Gabriela Romero explicó que el duelo migratorio es de los más difíciles de afrontar. Es una pérdida real y se debe sobrellevar consciente de que es posible no volver a ver a esa persona.

“Se termina convirtiendo en un duelo que tiene muchas variables y es multiproblemático, lo que hace que la vivencia del duelo sea mucho más dolorosa”, indicó Romero para El Nacional Web.

Expresó que es una situación desconsoladora porque no hay un cierre. “Mantienes el vínculo a distancia, es distinto a un duelo de muerte y un duelo material”.

La doctora asegura que para sobrellevar estas circunstancias, es vital, mantenerse ocupado y acudir a terapia.

“Buscar otras actividades que complementen estos espacios vacíos, que muchas veces quedan cuando se va un miembro de la familia (…) y acudir a terapia es necesario para que te ayude a procesar el duelo”, señaló la experta.


El dato

La encuestadora Consultores 21 refiere que más de 4 millones de venezolanos han emigrado. 29% de las familias venezolanas tiene al menos un familiar viviendo en el exterior y, en promedio, cerca de dos personas han emigrado por familia nuclear (padre, madre, pareja, hijos o hermanos).


La esperanza de que la realidad en Venezuela cambie y sea posible el reencuentro que tantos anhelan es la razón que mantiene de pie a numerosas familias. Aunque para muchos la angustia y la tristeza son elementos comunes de la realidad actual, el apoyo de otros que atraviesan por la misma situación permite enfrentar la distancia mientras esperan la luna que ilumine la noche.

VÍA LA PATILLA.

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