Cada mañana, cuando el Sol irrumpe en Florida, cerca de la mitad de las familias comienza a contar los centavos para llegar a fin de mes. Un informe, publicado por United Way Suncoast, asegura que el 13% de los hogares vive por debajo del nivel de pobreza nacional y que el 32% de las familias que ganan más tiene dificultades económicas, pero no califica debidamente para pedir ayuda pública.

El cálculo tiene en cuenta los datos oficiales del Censo nacional: hogares que viven por debajo del nivel federal de pobreza y reciben ayuda económica y médica, y quienes ganan más, pero no les es suficiente, y no pueden solicitar asistencia pública para afrontar el costo de la vida.

Ambos grupos, los menos afortunados y quienes forman parte del grupo ALICE (activos limitados, ingresos restringidos, empleados), conforman el alto porcentaje de 45% de hogares en Florida que tiene dificultades para pagar necesidades básicas, como alimentos, vivienda y atención médica.

Más necesitados

A William las cosas no le van bien. No sabe por qué, pero no logra tener un empleo continuo. Tiene 28 años y gracias a un tío jubilado, que come y gasta lo necesario, tiene cama y techo para vivir.

El mes pasado, William trabajó en un local de lavado de autos y ahora reparte publicidad de casa en casa. No tiene hijos, “por suerte”, dice él, porque apenas gana unos 1.000 dólares al mes y el Gobierno federal, a través del estatal, le paga unos 400 dólares en ayuda alimentaria (las antiguas Food Stamps), que hoy tiene menos valor por el aumento sistemático de los precios, tras el paso de la pandemia de coronavirus.

El joven tiene además seguro médico pagado Obamacare (Sanidad nacional asistida Affordable Care Act) y alguna otra ayuda suplementaria que le permite “sobrevivir”, como él mismo señala.

Por ello, William forma parte de los que viven por debajo del nivel de pobreza, el 13% de la población de Florida.

Para el Gobierno federal, que provee ayudas a través de programas suplementarios estatales, el nivel de pobreza está actualmente dictado de la siguiente manera: 14.580 dólares brutos al año para un individuo, 19.720 para una familia de dos, 24.860 para tres y 30.000 para cuatro.

Peor

A Carlos le va aún peor. No tiene ni tan siquiera permiso de trabajo. El joven de 21 años cruzó la frontera sur del país hace 12 meses y continúa esperando la ansiada autorización para trabajar legalmente y pagar impuestos.

“Algún trabajo he hecho, pero a escondidas. No se arriesgan a darme empleo porque ponen multas (unos 5.000 dólares de penalidad y más al empleador), pero ayuda me han dado. Unos 400 dólares al mes para comer, que termina en mayo”, además de seguro médico, señaló.

A la espera del permiso de trabajo, y la audiencia en el juzgado de Inmigración, que debe definir su estatus migratorio, con posibilidad de deportación; Carlos vive sus días gracias al apoyo de un amigo del padre que le acoge en su casa para que no tenga que irse a vivir a un albergue público o, aún peor, a dormir en la calle.

Mínimo

Para quien tenga un empleo estable, el salario mínimo en Florida es actualmente 11 dólares la hora.

Con esa cantidad de dinero, unos 1.575 dólares netos al mes, después el pagar el impuesto federal, es prácticamente imposible vivir cuando se debe desembolsar, mínimo, 800 o 1.000 de alquiler por un pequeño estudio en algún lugar.

Ese es el caso de Santiago, que trabaja en uno de esos restaurantes de comida rápida y gana el salario mínimo.

Su esposa Matilde tiene trabajo y percibe un salario similar. Juntos llevan a casa unos 3.100 dólares, de los que deben reservar 1.700 para pagar el alquiler de un humilde apartamento de un dormitorio en un barrio de Miami, o sea el 45% del dinero que perciben.

El resto, 1.400 dólares, “lo destinamos a pagar alimentos, electricidad, gasolina, seguro mínimo obligatorio de automóvil y necesidades del hijo”, de ocho años que estudia en una escuela pública de la ciudad, resumió Santiago.

Hay que destacar que una factura de alimentos hoy cuesta más. Lo que antes de la pandemia pudiera haber costado 100 dólares, en este día requiere 130 o más: un buen trozo de carne, varias libras de arroz y suficientes frijoles, además de pan, que comparten y les alcanza para un par de semanas.

Con esos pocos ingresos, Santiago y su familia formarían parte de la población menos afortunada de Florida, pero juntos conforman una familia de tres y superan los 24.860 dólares brutos al año que el Gobierno federal fija para obtener ayuda.

“Algo nos dan”, admitió Matilde. “Unos 200 dólares en alimentos por el niño, además de seguro médico”, que lo paga Obamacare, detalló.

Los fines de semana, Santiago limpia patios y carga ramas para ganar unos dólares más y “tener algo para complacer a mi hijo”, confesó.

Más

Samuel gana más, unos 2.700 dólares brutos al mes, de los que lleva a casa unos 2.215 después de que el empleador descuenta los impuestos a pagar.

Su esposa, Sandra, percibe un salario inferior, y juntos suman unos 3.790 dólares al mes, que deben compartir, en gastos, con su pequeña Alice, de seis años.

“Primero, reservamos los 2.000 que nos cuesta el alquiler del apartamento”, el 48% del salario en efectivo que reciben, indicó Samuel. Un modesto apartamento, de un dormitorio, cerca del centro de Miami, “porque aquí estamos cerca del trabajo. Si nos mudamos a un lugar más barato, en las afueras, gastaríamos dinero en gasolina y tiempo, y no nos daría resultado”, argumentó.

Con los 1.790 que les queda y una tarjeta de crédito que obtuvieron, a cuyo banco deben pagar un mínimo de 25 dólares, además del interés acumulado, Samuel y Sandra hacen frente a las necesidades básicas, como alimentos, electricidad y atención médica.

No obstante, alguna ayuda reciben. El cuidado médico de la niña está cubierto por el plan Florida Kid Care, pero si Obamacare no existiera, el matrimonio tendría que pagar 650 dólares o más al mes por atención médica. El Affordable Care Act paga más de la mitad.

Otros

También hay quienes ganan 3.500 dólares o más netos al mes, pero deben pagar 2.000 por alquiler y vivir el resto del mes con 1.500 dólares.

“Si comparto el apartamento me va mejor, pero si vivo solo no puedo darme el lujo de comer fuera de casa”, admitió Julio, quien antes de la pandemia solía ir a restaurantes una vez por semana.

“Ahora es prohibitivo. Si antes consumía seis u ocho dólares por una comida, ahora pago 12 o 15, y de cenas ni hablar. No hay quien aguante eso”, planteó.

“Por donde quiera que mire, se paga más por lo mismo o menos. Desde gasolina y comida hasta el barbero y la hamburguesa que me comía antes”, sostuvo.

Y el salario, “¿los sueldos?, esos siguen igual, ni un centavo más, a no ser que aumenten por ganar el mínimo”, concluyó.

Fuente: Diario Las Américas

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