El objetivo es mantener los celulares conectados cuando están fuera del alcance de una torre. Se podrían hacer llamadas incluso mientras haces senderismo en una zona remota o desde un barco a kilómetros de la costa. Hasta hace poco, eso exigía teléfonos satelitales caros con hardware especial. «Nuestra visión es brindar conectividad sin inconvenientes dondequiera que se encuentren las personas», dice Avellan, de 54 años.

Ese no es el negocio principal de Starlink. Sus ingresos, que suman US$ 12.300 millones, provienen sobre todo de ofrecer internet a estaciones base fijas conectadas a hogares y empresas, no a celulares. Tampoco es la apuesta del Proyecto Kuiper, de Jeff Bezos, un competidor directo de Starlink, que lanzó los primeros 27 de los más de 3200 satélites planificados a fines de abril. Sin embargo, Starlink no deja del todo de lado la telefonía. Hoy prueba un servicio beta con T-Mobile que permite a los usuarios mandar mensajes de texto desde sus celulares a través de Starlink cuando no tienen cobertura. Eso le da una ventaja inicial sobre AST. Además, ya tiene miles de satélites, frente a los cinco de AST, y la posición de Musk como aliado dentro de la administración Trump podría jugar un papel clave en un sector tan regulado como el de las telecomunicaciones.

La impresionante valoración de Starlink, de US$ 350.000 millones, deja muy atrás la capitalización bursátil de AST, que tiene su sede en Midland, Texas, y salió a la bolsa en abril de 2021 a través de una empresa de adquisición con propósito especial. AST vale unos US$ 8700 millones.

Igual, AST tiene una chance en el nuevo negocio de los planes de telefonía celular satelital, que podría dejar márgenes importantes. La gran oportunidad no está en ofrecer conectividad sin red a europeos o norteamericanos, sino en llevar internet a los más de 2600 millones de personas —sobre todo en países en desarrollo— que tienen dificultades para conectarse. La mayoría no puede pagar Starlink. Una estación base básica cuesta desde US$ 350 y el servicio de wifi para el hogar ronda los US$ 80 por mes.

En lo que respecta a la banda ancha, «la opción más económica y eficiente es a través del teléfono», afirma Avellan. Evitar por completo la construcción de nuevas torres de telefonía celular también podría representar un ahorro importante para las empresas del sector, si logran ofrecer internet satelital en zonas donde todavía no tiene sentido hacer esa inversión.

Deutsche Bank —que no invierte en AST— estima que los ingresos de la compañía podrían superar los US$ 370 millones en 2026, cuando su servicio comercial ya esté en marcha, y alcanzar los US$ 5000 millones en 2030, con una inversión de capital mucho menor a la que necesitará Starlink para seguir lanzando miles de satélites.

El mayor obstáculo para ambas empresas está en la física básica de la comunicación satelital: hace falta una línea de visión directa entre el satélite y el celular para tener señal. Starlink, el Proyecto Kuiper y varias compañías chinas planean resolver eso llenando el cielo con miles de satélites pequeños y baratos en órbita terrestre baja, que intercambian señales entre ellos para sostener conexiones estables con las antenas en tierra. La antena del celular es mucho más chica, lo que complica conseguir suficiente ancho de banda para algo más que mandar mensajes de texto.

Pero los satélites de AST tienen antenas al menos 50 veces más grandes que las de Starlink. Se trata de una proeza de ingeniería compleja: las antenas, que tienen solo unos centímetros de grosor, se ensamblan en salas blancas para poder ser empaquetadas de forma segura en los satélites antes del lanzamiento, y luego se despliegan con cuidado en órbita. El proceso es mucho más complicado que el de un satélite de Starlink. Cada unidad de AST cuesta cerca de US$ 21 millones, frente a los US$ 1,2 millones que cuesta fabricar uno de Starlink. Pero la diferencia se nota: permiten una verdadera conexión de banda ancha.

Loading...