Nadie puede decir que Mike Pence y Bernie Sanders son aliados políticos.

Pero frente a la quiebra espectacular de dos bancos, el exvicepresidente de derecha y el senador socialdemócrata expresan posiciones notablemente similares. El republicano Pence deploró que “vivimos en un mundo en el que ciertas empresas políticamente favorecidas son apuntaladas, respaldadas y rescatadas por el gobierno”. Sanders, un independiente que vota con los demócratas, dice que “no podemos seguir por la senda de más socialismo para los ricos e individualismo duro para los demás”.

Este sentimiento es reflejo del populismo que ha penetrado en los dos partidos tradicionales en los últimos 15 años, desde que instituciones financieras endebles causaron preocupación sobre la economía en general. La crisis financiera de 2008 provocó un realineamiento político que rechazó a las elites y a figuras de la clase dominante, con resultados frecuentemente imprevisibles tanto para los demócratas como los republicanos.

“Hay un malestar creciente con la codicia empresaria, que no es tanto de la izquierda contra la derecha como de los de arriba contra los de abajo”, dijo Adam Green, cofundador del Comité de Campaña por un Cambio Progresista, la primera agrupación nacional que apoyó la campaña presidencial de tendencia populista de la senadora Elizabeth Warren en 2020.

A la zaga de la crisis de 2008, el Partido Republicano fue copado por el movimiento tea party, que clamaba por una reducción del gobierno y límites al gasto federal. Donald Trump fue elevado a expensas de dirigentes más identificados con el establishment como Jeb Bush, John Boehner y Paul Ryan.

Del lado demócrata, los activistas de Ocupa Wall Street denunciaron los viejos lazos del partido con las grandes empresas e insuflaron energía a la disputa agresiva de Sanders por la candidatura demócrata de 2016 contra Hillary Clinton. Warren, una experta en bancarrotas de la Universidad de Harvard, se convirtió en una figura política nacional con la creación de la Oficina de Protección Financiera del Consumidor. Esto ocupó un lugar tan importante en su campaña, que en los actos sus seguidores coreaban “CFBP”, la sigla en inglés de la oficina.

Mientras tanto, una nueva generación de legisladores jóvenes alineados con la socialdemocracia, como la neoyorquina Alexandria Ocasio-Cortez, entraron al Congreso, en muchos casos tras desplazar a figuras establecidas.

El resultado de todo ello es un ambiente político profundamente fracturado en el que miembros de los dos partidos responden a una base de votantes que descreen de las instituciones y desdeñan las sutilezas políticas que eran de rigor en Washington.

En la Casa Blanca, el presidente Joe Biden trató de navegar esas aguas turbulentas al afirmar el lunes que los contribuyentes no pagarán la ayuda a los bancos que colapsan.

“Esto es importante: los contribuyentes no sobrellevarán pérdida alguna”, dijo Biden, cuyos primeros tiempos como vicepresidente de Barack Obama fueron consumidos por la respuesta a la crisis financiera.

La turbulencia actual es distinta de aquella. La crisis de 2008 estaba centrada en los créditos hipotecarios impagos que tenían muchos bancos, mientras que la de esta semana parece estar limitada a bancos que no estaban debidamente preparados para el alza de las tasas de interés.

Y mientras algunas de las firmas más prominentes de Wall Street como Washington Mutual y Bear Stearns se derrumbaron en 2008, ahora hay escasa preocupación por la fuerza de instituciones consideradas “demasiado grandes para caer”. Las reformas aprobadas tras la crisis sometieron a las instituciones a mayor vigilancia y regulación, mayores requisitos de capital y tests de estrés periódicos que determinan su capacidad para sobrevivir a los traumas repentinos.

Algunos de los momentos más dramáticos de la crisis de 2008 —como una inusual reunión en la Casa Blanca entre el presidente George W. Bush, el candidato demócrata Obama y el candidato republicano John McCain— tuvo lugar semanas antes de las elecciones. Esta vez, la inestabilidad se produce cuando la campaña presidencial está en pañales.

Pero los que tienen la mirada puesta en la Casa Blanca en 2024 repiten los conceptos populistas conocidos.

Pence, que aún no ha declarado formalmente su aspiración a la candidatura, dijo que Biden “no fue sincero” al afirmar que los contribuyentes no sobrellevarían en última instancia el rescate de los bancos.

Nikki Haley, exembajadora de Trump ante la ONU que proclamó su campaña presidencial el mes pasado, dijo sin vueltas: “La era del gobierno grande y los rescates de empresas debe finalizar”.

Trump, que está embarcado en su tercera campaña presidencial, optó por recurrir al miedo al predecir una nueva depresión como la de los años 30, tal como lo hizo en la crisis de 2008.

“TENDREMOS UNA GRAN DEPRESIÓN MUCHO MÁS GRANDE Y MÁS PODEROSA QUE LA DE 1929”, escribió en su red social. “¡LA PRUEBA ES QUE LOS BANCOS YA EMPIEZAN A CAER!”.

Preguntado sobre el argumento de Warren y otros dirigentes demócratas de que las regulaciones bancarias impuestas después de la crisis de 2008 y reducidas por al Congreso durante su gobierno ayudaban a prevenir los problemas actuales, Trump dijo a la prensa el martes que “la derogación (de regulaciones) es buena”.

“Si no, habría muchos más bancos con problemas debido a las regulaciones”, dijo Trump, y añadió que las tasas de interés eran demasiado altas.

De cara a una campaña presidencial ampliamente prevista, el gobernador de Florida, Ron DeSantis, ha llevado la tendencia populista republicana a las llamadas guerras culturales en torno de la raza y el género. Sin presentar la menor prueba, dijo que los requisitos de diversidad, equidad e inclusión en el Silicon Valley Bank “les impidieron concentrarse en su misión central”.

Green dijo que así como Warren se encaramó en la ola de la indignación por la crisis de 2008 para convertirse en una figura nacional, “es evidente que la estrategia de Trump es burlar a los republicanos y neutralizar a Biden en materia económica populista, tal como le hizo a Hillary Clinton”.

Si los reguladores se muestran capaces de dominar rápidamente la turbulencia financiera, las consecuencias políticas a largo plazo podrían ser escasas. Pero la fuerza de la política populista perdurará, sobre todo porque en los próximos meses el Congreso debe decidir si eleva el límite de endeudamiento. Esto, que antes era un mero rito, amenaza con convertirse en un enfrentamiento si los republicanos se niegan a elevar la autoridad de endeudamiento de la nación, lo que podría redundar en un default catastrófico.

James Henry, especialista en derecho global en la Universidad de Yale y director gerente del Sag Harbor Group, una asesora en informática, atribuyó la caída del Silicon Valley Bank a décadas de regulación débil y a una “pequeña elite” de capitalistas de riesgo y banqueros relacionados con la dirección de ambos partidos.

Pero Henry dijo que el gobierno de Biden no tenía otra opción que intervenir, dadas las amenazas financieras potencialmente mayores al sector tecnológico, lo que dificulta diagnosticar las consecuencias de la caída con criterios ideológicos.

“No hay libertarios en la crisis financiera”, dijo Henry. “Las dos partes buscan que las rescaten”.

 

 

 

Fuente: LA Times

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