Ya había terminado antes, en 1973, con la retirada de las fuerzas estadounidenses que desde 1965 habían sostenido al régimen del Sur, que le era fiel y no siempre obediente. Ese fue el primero de los finales de la guerra, que llegó de la mano de un acuerdo de paz firmado en París en enero de 1973 por el secretario de Estado de EE.UU., Henry Kissinger y el negociador de Vietnam del Norte, Le Duc Tho. Las tropas de combate americanas, que habían llegado a Vietnam en marzo de 1965, se retiraron el 27 de marzo de 1973.

Pero la guerra siguió, ahora entre vietnamitas del Norte y del Sur, por el dominio total del país.

La historia de Vietnam es extensa, profusa y laberíntica. Fue dominio francés hasta 1954 cuando, después de un largo enfrentamiento, un acuerdo de paz firmado en Ginebra, Suiza, permitió la retirada del ejército francés: una derrota simulada tras un tratado. Pero la paz no llegó a Vietnam, que se llamó Indochina hasta el fin de la dominación francesa, junto con la región y los países que lo rodeaban: Laos, Camboya, Tailandia, Malasia, Birmania y el resto del sudeste de Asia.

En cambio de la paz, a Vietnam llegó la dominación de Estados Unidos, que enarbolaba la llamada teoría del dominó que afirmaba que un país bajo dominio comunista, haría caer en el comunismo a todos sus vecinos, como fichas de dominó. Estados Unidos sostuvo a un gobierno títere en el sur de Vietnam instalado en la que era su ciudad más importante: Saigón.

Las fuerzas comunistas se quedaron donde estaban, en el norte, en Hanoi. La guerra contra Francia había dejado una línea divisoria, el paralelo 17 sobre el Golfo de Tonkin, que había sido algo así como una zona desmilitarizada y que ahora “dividía” al país en dos: Norte y Sur. Para los comunistas del Norte, Vietnam no estaba dividido en dos, estaba “desunido” y el Ejército Popular de Vietnam del Norte, más los guerrilleros del Vietcong, aspiraban a “unificar” el territorio. En ese fárrago semántico, geográfico, político y militar se desarrolló una guerra que provocó más de dos millones de vietnamitas y más de sesenta mil soldados americanos muertos.

En los dos años que siguieron a la retirada de las fuerzas armadas de Estados Unidos, las fuerzas comunistas de Vietnam tuvieron una sola misión: capturar Saigón. La guerra, civil y militar, bajó desde Hanoi a lo largo del país que semeja la figura de una embarazada, con el vientre abultado en la zona vecina al sur, a partir de Hue, que fue la antigua capital imperial, y hacia la meseta central y sus ciudades clave en la guerra, Bien Hoa y Saigón. La del Norte comunista fue una marcha veloz, sangrienta y decidida. El colapso de las fuerzas del sur también fue veloz, sangriento y decidido.

El 5 de marzo de 1975, dos meses antes de la caída de Saigón, un memorándum secreto elaborado por la CIA y por la inteligencia del ejército de Estados Unidos, afirmaba que Vietnam del Sur, sus tropas, su gobierno y su gente, podían resistir la guerra durante un tiempo prolongado, por lo menos hasta los inicios de 1976. Era un disparate, un informe equivocado como muchos de los informes de inteligencia que habían circulado cuando la guerra que había terminado en 1973.

En Vietnam del Sur, los estadounidenses no se habían ido del todo aquel año. No había, es verdad, fuerzas armadas activas y en combate, excepto una mínima cantidad de efectivos para funciones protocolares, entre ellas la custodia de la embajada americana; pero sí había agentes de la CIA, asesores, técnicos, observadores, diplomáticos, funcionarios y cuanto eufemismo corriera para indicar un secreto, ligero, tenue pero no intrascendente apoyo político y militar a Vietnam del Sur. Ante el aluvión del Norte, ese apoyo se iba a diluir. El 10 de marzo, cinco días después del errado informe de la CIA, las tropas comunistas capturaron Buon Ma Thot, la capital de la provincia de Dak Lak, en el centro de las Tierras Altas vietnamitas, lo que le abría al Norte una ruta segura hacia Saigón.

El primer ministro vietnamita del Sur, Nguyen Van Thieu, estaba avisado de la ofensiva; apostaba todavía a una ayuda militar de Estados Unidos, lo que habría implicado un regreso de ese país a la guerra. Thieu confiaba también en que, si la ayuda no era manifiesta y evidente, al menos que podía ser secreta y anónima. Era un imposible. Días después, ya con Saigón pendiente de un hilo, cuando Thieu pidió apoyo aéreo a Estados Unidos para evitar el desastre, el entonces presidente Gerald Ford le contestó: “Lamento no tener la autoridad para hacer algunas de las cosas que el presidente Nixon podía hacer”. No era una excusa, era un dato político trascendental y retrataba un pasado de Vietnam y de Estados Unidos que no iba a volver.

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