La lucha por la libertad de Venezuela no puede seguir siendo rehén de diálogos estériles ni de las ambigüedades de algunos líderes regionales

Por Antonio Ledezma
La crisis venezolana, un drama humano de proporciones épicas, ha sido objeto de más de 16 diálogos internacionales en los últimos años, todos con el supuesto propósito de encontrar soluciones. Sin embargo, estos procesos, desde los más recientes en México y Barbados hasta los anteriores, han terminado en una amarga decepción, convertidos en una burla orquestada por el régimen de Nicolás Maduro en connivencia con enclaves internacionales que se prestan a tales jugarretas. Estos “diálogos”, lejos de avanzar hacia una transición democrática, han servido como cortinas de humo para que el régimen gane tiempo, consolide su poder y desarrolle un feroz terrorismo de Estado.

El Reino de Noruega, facilitador en los encuentros de México y Barbados, ha asumido una postura autocrítica al admitir que Maduro no jugó limpio. Esta confesión, aunque valiosa, llega tarde. Los acuerdos firmados en esos espacios fueron violados sistemáticamente por el régimen, que utilizó las negociaciones para simular apertura mientras intensificaba la represión, el control social y la destrucción institucional. Los esfuerzos del Grupo de Lima, que en su momento representaron una esperanza para coordinar una presión internacional efectiva, se desvanecieron en medio de la desilusión, debilitados por la falta de acción concreta y la incoherencia de algunos actores regionales.

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