Mientras el lujo se apodera de la cúpula del imponente cerro El Ávila, a sus pies Caracas se debate entre miles de personas luchando por no morir de hambre, deambulando entre los hospitales y tratando de conseguir gas o una razón para no rendirse.

Por Sebastiana Barráez/infobae

Cuando Nicolás Maduro anunció, el 17 de enero de 2020, que sería abierto el casino en el Hotel Humboldt de Caracas, echaba por tierra la prohibición que Hugo Chávez colocó a los juegos de azar, especialmente en lo que a casinos se refiere. Aunque en realidad, con los años, esa prohibición había cambiado y se había transformado en una que permitía los casinos solo en hoteles cinco estrellas ubicados en zonas turísticas.

Ya lo relevante no es lo dicho por Chávez, que quedó en letra muerta, sino las circunstancias que vive el país, la brutal realidad económica, política y social, la pobreza que avanza a pasos agigantados, golpeando principalmente a la clase pobre que cada día crece más.

Por supuesto que resulta una falsedad lo dicho por Maduro sobre el uso del petro como la moneda del casino estrenado, para dar la falsa ilusión de que es normal esos recursos para invertirlos en el sistema social. En el casino lo que empezó a rodar es el dólar americano, tan odiado y amado por los funcionarios y afectos al gobierno.

Maduro, Cilia Flores, Marlene de Cabello y otros funcionarios en el Ávila

Maduro, Cilia Flores, Marlene de Cabello y otros funcionarios en el Ávila

Hoy el país está brutalmente afectado no solo por el covid-19 sino por varias ciudades impactadas por las lluvias, que han dejado cientos de damnificados en varias ciudades del país, pero allá, en lo alto del Ávila, hay gente jugando, sin respeto por las normas de distanciamiento, sin tapabocas, porque al fin ellos, que se saben privilegiados, suponen que el virus que China extendió por el mundo no los afectará.

Mientras tanto hay gente rebuscando comida en la basura y los bodegones de lujo están a reventar. Las lágrimas llegaron para muchas familias a quienes el agua les destruyó los pocos enseres que tenían en sus viviendas.

Maduro anunciando en enero que el petro sería la moneda del casino Humboldt

La orden no cumplida

Los casinos, como las salas de bingo, han sido un negocio demasiado rentable, que implicó sacar del camino a algunos monarcas del juego para sustituirlos por otros; de nada sirvió que Chávez los adversara. Los seguidores lúdicos no estaban dispuestos a acompañarlo en ese deseo, pues son muchos los jerarcas del Gobierno adictos al juego, pero también a las ganancias que de él se derivan y lo que implica, en un país, con reglas tan permeables, usarlos para lavar dinero.

La excusa es que una ley promulgada en 1997 faculta a la Comisión Nacional de Casinos para otorgar las licencias de funcionamiento, pero no hubo intención alguna en modificar la ley, aunque el chavismo controlaba la mayoría del parlamento.

Una familia de las afectadas por las lluvias en Maracaibo

Una familia de las afectadas por las lluvias en Maracaibo

Era tal la presión y el dinero, moviéndose en las sombras, que uno de los presidentes que tuvo la Comisión Nacional de Casinos (CNC) les había otorgado a catorce empresarios Licencias de Instalación para Bingos y Salas Máquinas, aunque no pudo incluir los casinos. Ellos acudieron al Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) reclamando que se les permitiera funcionar, porque habían hecho una inversión por la autorización de la CNC. El máximo tribunal les dio un amparo, pero ya no solo competían con la orden de Chávez sino con toda la jauría de empresarios que instalaban las casas de juego clandestinas.

Con el tiempo, los 14 empresarios se convencieron de que no se les iba a permitir funcionar legalmente, por lo que desistieron y algunos vendieron esas licencias. Entre los dueños de bingo que se consolidaron estaban los hermanos de origen portugués, Domingo y Avelino Goncalves.

Finalmente, de nada sirvió que Hugo Chávez argumentara que los casinos son antros de corrupción y lavado de dinero, porque hay demasiados funcionarios del Gobierno con gustos lúdicos que dirán que, al fin y al cabo, el jefe de la revolución ya está muerto.

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