La Cruz Roja rojita

Es evidente que no se pueden achacar a un organismo internacional los desmanes domésticos que se llevan a cabo partiendo de su acción. Una cosa es el cometido de una organización sin poder para determinar lo que en cada país se realice con su actividad, y otra lo que hagan con ella los que la reciben. Son campos claramente delimitados. Sin embargo, la institución proveedora de auxilio, especialmente si se da en casos de extrema necesidad, debe velar por que se cumplan cabalmente los objetivos de una misión importante.

Más todavía: lidiar con un receptor que no se caracteriza por la limpieza de sus procedimientos, que tiene ganada fama por la truculencia de su conducta y por la forma parcial a través de la cual administra la sociedad, es tarea excesivamente ardua. Se adelantan estas aclaratorias porque se va a hablar ahora de la Cruz Roja Venezolana, en su papel de dispensadora de la ayuda humanitaria que hace poco entregó a los funcionarios de la dictadura venezolana para su distribución a escala nacional. ¿Hizo lo que tenía que hacer para aliviar las necesidades de una colectividad hambrienta y enferma, que aguardaba con comprensible impaciencia?

Como se esperaba y sin que se produjera ninguna sorpresa, la dictadura recibió los insumos trasladados por la Cruz Roja e hizo lo que le dio la gana con ellos. Nada nuevo, si recordamos que ha actuado según su capricho cuando lo ha considerado conveniente para sus fines egoístas y parciales. Los llevó a centros hospitalarios escogidos de antemano atendiendo criterios banderizos. Los puso en las manos de grupos paramilitares para que los repartieran según su voluntad a personas seleccionadas por sus simpatías con el régimen. O los escamoteó para que se convirtieran en beneficio de los funcionarios que los recibían, o para que después los negociaran los vendedores ambulantes que sacan grandes ganancias de las desgracias del pueblo.

Si no viven en la luna, los directivos de la Cruz Roja Venezolana debieron prever estas anomalías y buscar caminos razonables y decentes para los cargamentos que proveyeron. Conocen la calaña de los mandones con quienes tratan y, por consiguiente, están en capacidad de topar con caminos legales y honorables para unos bienes que la sociedad necesita con urgencia. Los han visto moverse y saben que sus procederes no congenian con la justicia social, saben que son amigos de lo ajeno, aun en casos de evidente penuria como el que ahora se experimenta, pero les han permitido hacer y deshacer a su antojo como si no fuera con ellos.

Se ventila aquí esta situación porque han corrido rumores sobre los nexos de algunos de los directivos de la Cruz Roja Venezolana con personeros de la dictadura, y porque no resulta peregrino que lo primero conduzca a lo segundo en un país de complicidades verosímiles. Pero, especialmente, porque vendrán otros insumos que merecen destino justo. El usurpador evitó que entrara la ayuda humanitaria procurada por la oposición, para sacar ganancia de la que permitió después a través de la Cruz Roja Venezolana, pero la que llegue en adelante debe tener un manejo equitativo que puede ser forzado por la vigilancia del organismo seleccionado para traerla, si quiere cumplir cabalmente sus funciones.

Fuente: El Nacional web

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