Es hora de almuerzo. En otros años, el kiosco “Greydimar”, ubicado en Playa el Yate, Caraballeda (Vargas), estaba full de temporadistas de viernes santo. Hoy, los únicos sentados en la mesa son los empleados del restaurant. Su dueño, Jesús Arias, recuerda cómo la semana mayor era sinónimo de grandes ventas. Los últimos años han sido difíciles, pero 2019 ha sido el más crítico. El plato de comida más sencillo (pescado, tostones y ensalada) cuesta Bs. 33.000, y el combo para dos personas alcanza los Bs. 55.000“La gente se trae comida y es lógico”, se resigna.

Sin pescados en la mesa, Jesús se rebusca con ventas pequeñas: cigarros detallados, refrescos y, de vez en vez, una que otra cerveza (Bs. 4.500) . A pesar de ser un establecimiento de comida, su producto más cotizado resulta ser el bronceador artesanal (hecho con aceite de coco, remolacha y canela) que no supera los Bs. 7.000.

Para los que viven del turismo la situación es cuesta arriba; la mala racha en ventas coincide, además, con los recientes gastos extras a raíz de los apagones de marzo y principios de abril. Si bien los lugareños señalaron que van dos semanas que no se va la luz, los estragos aún afectan a los comerciantes.

“Teníamos miedo de que se nos dañara la mercancía. Gracias a Dios lo que se nos dañó fue solo una parte, las legumbres y el pollo. El pescado sí se pudo salvar porque dura más tiempo congelado”.

 

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Javier, heladero, y Jesús, toldero, corren con la misma suerte. El primero se vino desde el Zulia a ofrecer los congelados entre Bs. 3.000 y Bs. 15.000. La primera venta la hizo a las once de la mañana, tras casi cuatro horas entre la arena y a pesar de tener un distintivo “hay punto” en su carrito.  Los estrafalarios precios de los servicios en la playa hacen que las personas se limiten en gustos que antes eran usuales. “Yo me voy a devolver; esto no da”, comentó tajante.

“Las ventas se han venido abajo”, aseguró Jesús. Muchas personas se traen su propia sombrilla o prefieren, incluso, exponerse al sol: un toldo y par de sillas cuestan Bs. 12.000, dos tercios del sueldo mínimo.

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Más afortunada es la señora de las empanadas, que las vende a Bs. 3.500 por unidad y es de los puestos más demandados del lugar. Sin embargo, la señal del punto de venta se cae regularmente y entorpece las transacciones. Debe confiar en la buena voluntad de la gente, que volverá a pagar cuando el servicio se restablezca. Al principio del día, perdió 13 empanadas, contó. “No se sabe quién las pidió, ¿y a quién se le reclama?”.

“Como sea disfrutamos”

“Hay que sacar a los chamos de la rutina”, era el mantra de los vacacionistas consultados a la orilla del mar por el equipo de El Estímulo. La compleja coyuntura que atraviesa el país pone a las familias a hacer maromas por un espacio de disfrute, fuera del confinamiento de las ciudades, sin que eso signifique desbancarse.

“El año pasado no vinimos a La Guaira, sino que nos fuimos para Chuao (estado Aragua), entonces, la diferencia es ardua, por la cuestión monetaria de ahorita. Todo es dólar y hay que manejarse así y es rudo. Pero como sea disfrutamos, si La Guaira se pone muy caro, nos vamos para El Ávila o para dónde sea”, sostuvo Mayerli, mientras caminaba con su esposo y sus hijos a Playa Caribe, para instalar su campamento.

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Mientras los trabajadores de la playa sufren los clientes, los bañistas sacan cuentas constantemente. Con las elevadas tarifas de la comida y toldos, y el encarecimiento de las bebidas espirituosas, si no se toman las previsiones, un día familiar bajo el sol varguense puede costar Bs. 85.000 o 20 dólares, según lo fijado por el Banco Central en última subasta Dicom. 

Así, la imagen playera se llena de envases de plástico y ollas llenas de comida. Ronny Mejías y los suyos, un grupo de ocho personas, se vinieron desde Antímano (Caracas) con todo. En el medió del bululú, compartían su arroz con pollo.

Para la preparación del menú del viernes (tercer día en Vargas para la familia), se utilizaron dos pollos enteros, que cuestan alrededor de Bs. 6.000. cada uno. Según el cabeza de familia, invirtieron aproximadamente Bs. 20.000 y alcanzó para que todos quedaran bien llenos, lo que contrasta ampliamente con el precio que se pagaría por un plato individual en Greydimar, donde habría que desembolsillar casi el doble.

La modificación del comportamiento del turista, impulsado por la pérdida de la capacidad adquisitiva, la profundización de la crisis económica y la normalización del dolar, deja a los prestadores de servicios casi sin opciones, añorando que a algún despistado no le haya dado tiempo de preparar su vianda y se vea obligado a consumir, aunque sea mínimamente, sus productos. Mejías lo desestima entre risas y nostalgia: “nada del ‘pescadito’ a la orilla de la playa. Eso se acabó”.

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Fuente: El estímulo.

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