El billete de 100.000 bolívares, el más alto del cono monetario de Venezuela, alcanza hoy para pagar pocas cosas como un kilo de detergente o un champú y, aunque el poder de compra de la moneda merma cada día debido a la hiperinflación, la rentabilidad de la venta del efectivo va en alza.

En el país petrolero, el dinero físico es igual o quizá más difícil de conseguir que los alimentos y medicinas, pese a que el Banco Central (BCV) ha aumentado la masa monetaria cada mes, especialmente durante el último semestre cuando la economía entró en una espiral hiperinflacionaria.

Bajo el Gobierno de Nicolás Maduro, Venezuela vive una tormenta financiera aliñada por la caída en los precios y la producción del crudo -su principal fuente de financiación- y más recientemente por las sanciones que han impuesto gobiernos como el de Estados Unidos y Canadá.

Todo ello, junto a la depreciación acelerada del bolívar frente a otras monedas, ha hecho que los precios de los productos suban semanalmente y que los bancos privados y públicos amanezcan a diario colmados de decenas de ciudadanos que necesitan billetes para operaciones que siguen sin permitir el pago electrónico.

Frente a esta realidad el Ejecutivo insiste en culpar a la oposición, al “imperialismo” y a los empresarios del sector privado de mantener en conjunto una “guerra económica” y un “cerco financiero” contra la Revolución Bolivariana, en el poder desde 1999 y con el monopolio en el manejo de las divisas desde 2003.

Aunque la gubernamental Superintendencia de las Instituciones del Sector Bancario (Sudeban) no reconoce déficit alguno en las cantidades actuales de efectivo, ha emprendido una afanosa campaña para promover la migración de las transacciones mercantiles a las plataformas digitales.

No obstante, la escasez de dinero físico se evidencia en el día a día de los venezolanos con las colas a las afueras de los bancos -que distribuyen los billetes de forma racionada-.

Vía: La Patilla

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