Nicolas Maduro sabe que los venezolanos están pasando hambre, pero no sabe que hacer al respecto. Continúa anunciando medidas de recursos provisionales, pero sus palabras no contienen mucho peso nutricional. Uno de los últimos planes anunciados, fue el llamado “plan conejo”. Un intento fallido de iniciar granjas de conejos en toda la capital con el fin de sustituir las proteínas que provienen de los pollos inaccesibles y carne de vaca aún más inasequible.

Queremos que la gente pare de verlos como mascotas y comiencen a verlos como lo que son realmente, dos kilogramos de carne llenos de proteína” declaró Freddy Bernal, ministro de Agricultura Urbana. 

Pero en efecto, los venezolanos tradicionalmente ven a los conejos como mascotas y no como alimento, por lo tanto en las áreas donde el gobierno llevó conejos para iniciar las granjas, las personas comenzaron a adoptarlos, colocándoles sobrenombres chistosos e incluso embelleciendo sus orejas con lazos. No hubo preguntas acerca de comer conejos después de eso.

El hambre  ha llegado a tal punto en la población venezolana que algunos ciudadanos se han visto en la necesidad de introducirse en zoológicos locales y asesinar a los animales por comida.

En un país que alguna vez fue rico, pero donde las personas están comenzado a morir de hambre, pocos animales están a salvo. Una mañana en agosto, en el zoológico metropolitano en la ciudad de Maracaibo, trabajadores estaban indignados de encontrar los huesos de un búfalo y algunos puercos salvajes dentro de sus jaulas, con una clara señal de mutilación. Los ladrones presuntamente robaron la carne para comer lo que pudieron y vender el resto en el mercado local.

En el zoológico de Caricuao, situado en el oeste de Caracas, ocurrió un suceso del mismo estilo. Vigilantes encontraron huesos y menudencias de un caballo negro dentro de su jaula. Aparentemente los perpetradores solo tomaron las partes comestibles del animal.

Ciertamente tiene sentido los animales que están seleccionando. El búfalo es lo suficientemente cercano a la carne de vaca (lo cual nadie a excepción de la élite del partido gobernante puede costear en Venezuela), y los puercos son simplemente cerdos. Los caballos pueden parecer un poco más extraño, pero han sido una fuente de alimento para los humanos a lo largo de la historia y, hasta hoy en día, algunos restaurantes americanos su carne es vendida. Cuando es por necesidad, prácticamente todos los animales son una fuente potencial de alimento si se está lo suficientemente hambriento. Lo que son malas noticias para los zoológicos.

Eso esta lejos de ser su única preocupación, sin embargo, algunos creen que asesinar a los animales por comida podría ser el destino más amable de lo que pudiesen llegar a enfrentar de otra manera. 

La secretaria del sindicato de trabajadores en zoológicos y parques nacionales, Marlene Sifontes, dice que la situación en los zoológicos es mucho peor de lo que sugieren los titulares. No se trata solo de comer animales, sino de si los mismos animales podrán comer. Algunos animales están muriendo de desnutrición y otros están muriendo debido a la falta de medicamentos para los tratamientos que requieren.

El caso más emblemático es el de Ruperta la elefanta, uno de los especímenes más antiguo en el zoológico de Caricuao. No hay suficiente comida para alimentar a la gente así que no hay dinero para alimentar a Ruperta. Actualmente la elefanta se ha visto obligada a pasar hambre y se especula que no vivirá mucho tiempo más.

Estos son los salarios del socialismo. Nicolás Maduro ha finalizado de consolidar todo el poder en Venezuela y está reafirmando alianzas con otros regímenes autoritarios alrededor del mundo para ayudar a cubrir las deudas masivas del país e impedir cualquier intento de sanciones. 

Mientras tanto, quienes carecen de vínculos estrechos con el régimen gobernante pasan hambre, en lo que tradicionalmente ha sido una de las regiones productoras de alimentos más prolíficas de Sudamérica. 

“Lo que realmente necesitamos es una solución, no las medidas absurdas que el Gobierno está inventando”, afirmó Natalí, cuya vida se convirtió en una rutina para encontrar la comida necesaria para alimentarse a ella misma y a sus hijos.

Cada sábado, Natalí se despierta más temprano que el promedio de los venezolanos. Se viste en apuro y cuando puede, alimenta a sus hijos y les indica que esperen pacientemente su regreso. Los niños, ya acostumbrados a esta rutina, saludan con la mano desde la improvisada puerta de entrada de su casa, luego miran ansiosamente a lo que ella podría traer de vuelta.

Natalí toma un auto, luego un autobús y luego el metro desde Antímano hasta el mercado municipal de Coche en el sur de Caracas, donde, durante los últimos tres meses y medio, ha hecho su peregrinación para excavar en la basura de  los vendedores, tratando de encontrar un vegetal medio podrido, una fruta o, si la suerte está de su lado, piel de pollo para llevar a casa y alimentar a sus hijos. Las cosas no siempre fueron así de difíciles para Natalí y su familia.

Hace cinco años, en Venezuela, el carismático Hugo Chávez, expresidente de la llamada “revolución socialista del siglo XXI”, distribuyó ampliamente los abundantes ingresos producidos por la producción petrolera de Venezuela. Con los precios del barril de petróleo rondando los 100 dólares en ese entonces, ningún venezolano podría haber predicho los tiempos difíciles que estaban por llegar.

Fue entonces cuando, junto con su esposo y sus cinco hijos, Natalí decidió mudarse a la capital en busca de algunas de esas riquezas que el expresidente difundió entre los más pobres. Pero cuando falleció en 2013 las cosas tomaron un giro inesperado y para ella uno muy desafortunado.

Con la llegada al poder de Nicolás Maduro, sucesor de Chávez, la situación de Venezuela se deterioró rápidamente. Fuera de control, la inflación y la grave escasez de alimentos llevaron a 120 días de protestas y disturbios en el país.

En esta atmósfera de caos e incertidumbre, precisamente, la familia de Natalí estaba a punto de recibir un nuevo miembro y perder uno viejo. Ella estaba embarazada de nuevo. Su esposo, un constructor desempleado, no podía soportar la presión de alimentar a seis niños, por lo que decidió abandonarlos.

Ahora, con seis hijos y sin poder trabajar, Natalí tuvo que hacer lo que ella recuerda que fue la opción más difícil: enviar a su hijo mayor a trabajar al vertedero al oeste de Caracas.

“Esto es algo que rompe mi alma”, dice entre lágrimas. “Quiero que mi hijo vaya a la escuela, que tenga un futuro diferente, pero no puedo pagarlo. ¿Cómo puedo comprar un cuaderno? El mayor, es un buen chico, me ayuda mucho. Es muy doloroso enviarlo a cavar en la basura solo para poder comer” aseguró Natalí.

Lamentablemente, esta historia no es inusual en la Venezuela actual. Las altas tasas de inflación y la escasez de alimentos que siguió a la muerte de Chávez han hecho que muchos productos básicos sean inaccesibles para 80% de la población que se ha sumido en la pobreza.

En la capital, es bastante común encontrarse con individuos o incluso familias que, como Natalí, viven de la basura. Alrededor del boulevard de Sabana Grande, muchas familias con niños miran con avidez las pilas de basura afuera de los restaurantes, esperando las sobras. Algunas de estas familias no tienen hogar, algunas incluso tienen trabajo, pero sus ingresos no son suficientes para comer.

Justo al lado de un contenedor de basura afuera de un centro comercial, cuatro familias esperan por la tarde el momento en que los dueños del restaurante saquen las sobras. Tres madres, siete niños y Luis Miguel, de 28 años, el único hombre, buscan ansiosamente el contenedor todos los días con la esperanza de encontrar algo bueno para comer o vender.

Cuando Luis Miguel habla, se puede ver la vergüenza que le causa su condición, pero al mismo tiempo se observa el estoicismo que ha asumido en su determinación de alimentar a sus hijos.

“Solía ​​trabajar en el metrocable de San Agustín (servicio de teleférico). Con mi salario, pude comprar suficiente comida para mi familia e incluso soñé con construir una casa adecuada para nosotros. Pero luego parece que las cosas se volvieron locas. Me despidieron y el poco dinero que ganaba haciendo pequeños trabajos no era suficiente para alimentar a mi familia, así que comencé a hacer esto”.

“Al principio, solo eran dos días a la semana, pero últimamente las cosas se pusieron tan difíciles que decidí quedarme aquí todo el tiempo. Si me muevo, alguien más se hará cargo de mi lugar. Incluso he visto gente peleando con cuchillos por un contenedor de basura como el mío. Al menos aquí puedo encontrar algo para alimentar a mis hijos” afirmó Luis Miguel.

Según un estudio reciente de Cáritas, una ONG que ayuda a los sectores más pobres de la sociedad, de cinco a seis niños mueren en Venezuela por desnutrición cada día, y el costo puede llegar a 280,000 en los próximos años si estas tendencias continúan.

Vía Runrun.es

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