En la víspera de Carabobo, Simón Bolívar descansaba en su hamaca cuando su edecán le comunicó que tres vecinos del lugar deseaban hablar urgentemente con él.
Bolívar salió de su hamaca y pidió que los dejaran entrar.
Los buenos señores se llamaban Danielo S, Eduardo S y Pavel G; tres vecinos de Barrera amantes de la tranquilidad.

¿Que puedo hacer por ustedes? Les preguntó Bolívar.
Danielo replicó: “Venimos, Sr. General, a pedirle que cese la insensatez, ésta guerra que nos está diezmando, que acaba con nuestra población y con todo intento de los vecinos de estas comarcas de vivir en paz. Venimos a abogar por la reconciliación entre quienes vivimos aquí. La monarquía es circunstancial, no vale la pena morir por derrocarla.
Busquemos el diálogo, la negociación y estamos seguros de que todos seremos más felices”.

Bolívar guardó silencio por un largo tiempo, lo cual hizo sentir incómodos a los tres mensajeros de la concordia entre patriotas y monárquicos.

Finalmente les dijo: “No es a mí a quien ustedes deben dirigirse. Es al ejército que duerme esta noche en Carabobo, esperando el día de mañana, dispuesto a hacer de Venezuela una nación libre, dueña de su futuro. Ustedes desean la paz en Venezuela. Yo también. sólo diferimos en cómo lograrla.
La negociación que ustedes me piden como solución no sería tal solución sino una entrega. La diferencia entre la monarquía y quienes luchamos por la independencia es que la monarquía pretende gobernar indefinidamente, mientras que nosotros deseamos vivir en una nación que pueda elegir libremente a sus gobernantes”.

“Pero, General”, le interrumpió Eduardo, “nadie ha dicho que vamos a entregarnos. Nosotros podemos hacer algunas concesiones a los absolutistas, dejar ir a los hijos de Boves o darles tierra para que callen y dejen de oponerse a nuestros deseos. En el camino iremos enderezando las cargas”. Y Danielo agregó: “Es insensato ir mañana a la batalla, General. Esa gente es demasiado fuerte, no podemos con ellos”.

A lo cual Bolívar respondió: “Ciertamente ustedes no estarán conmigo mañana en Carabobo. Pero les digo que no hay nadie invencible. Sabemos cuál es la fuerza del enemigo. Sabemos que entre ellos hay fracturas serias, que hay fatiga, que hay deseos de abandonar la lucha. Nosotros no podemos negociar desde una posición de debilidad. Solo es posible ser magnánimos en la victoria. El esfuerzo de los patriotas, el sacrificio que miles han hecho desde 1810 no puede ser borrado mágicamente en una mesa de negociaciones”.

Danielo, Eduardo y Pavel guardaron silencio y se retiraron.
Al día siguiente Bolívar derrotó la monarquía en Carabobo. Ésta victoria fue obtenida a un alto precio. Las fuerzas patriotas dejaron salir hacia Puerto Cabello, a tomar los barcos de regreso a su país, a quienes habían luchado por la monarquía de buena fe, por convicción y sin violar las leyes que regulaban la contienda. Los culpables de crímenes de guerra fueron castigados de acuerdo a sus crímenes.

Si Bolívar hubiera escuchado a Eduardo, a Danielo y a Pavel la noche anterior a Carabobo todavía Venezuela sería una provincia de la madre patria.

¿Estaríamos mejor? ¿Quién lo sabe? Ese no es el meollo del asunto porque nadie puede predecir el futuro. Lo esencial es que una sociedad esclavizada debe ponerse de pie. Aquello de “mejor morir de pie que vivir de rodillas” no es una frase hueca, sino una que ha sido validada en la historia por el sacrificio de quienes se negaron a negociar con los opresores.

El sacrificio supremo es perder la vida pero hay otros sacrificios: perder la propiedad, perder el derecho a vivir en libertad en la propia patria, perder amigos, familiares, perder el derecho a morir en la tierra que nos vio nacer. Es mucho lo que se pierde al resistir pero es también mucho lo que se gana en dignidad, en apego a los principios, en amor propio, en buena ciudadanía.

¡Adelante, nos espera Carabobo!

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