Diosdado Cabello, Tareck El Aissami y Jorge Rodríguez consiguieron reelegir a Nicolás Maduro. Con el hambre y la represión se han impuesto (por ahora) a la sociedad venezolana. Lo que tal vez no sepan, o no quieran ver, es que reeligieron a quien será su verdugo. Pueden verse en el espejo de Rafael Ramírez, Miguel Rodríguez Torres y Luisa Ortega Díaz.

Por: Pedro Benítez / Konzapata.com

No son sus socios, serán sus víctimas. Es la implacable lógica de todo despotismo. Nicolás Maduro no tiene la más mínima intención de compartir el poder con ellos, y mucho menos espera que sean sus sucesores.

Tareck El Aissami puede bajarse de esa nube si cree que Maduro le cumplirá a él lo que no le cumplió a Rafael Ramírez y a Diosdado Cabello. La transición del chavismo al madurismo se ha completado. El tímido y modesto canciller y luego Vicepresidente Ejecutivo a quien Hugo Chávez designó como su sucesor el 8 de diciembre de 2012, en caso de que se dieran las circunstancias (como efectivamente se dieron), ya no le debe el poder a él, sino a sí mismo. Maduro decidió reelegirse él.

Violentó la Constitución, inhabilitó opositores, desafió a la comunidad internacional, arrasó con la economía, sometió al hambre al pueblo y purgó a todo aquel dentro de las filas del poder que pudiera constituirse en amenaza.

El clima de polarización y de cerco que ha alimentado a conciencia (nada a estas alturas es accidente) le permitió imponerse dentro de la facciones del régimen, con la premisa de que hay que conservar el poder a toda costa y no cederlo nunca a la “derecha”. Todo menos eso.

Maduro ha tenido en Diosdado Cabello un aliado invaluable. No sólo por su compromiso de mantener el poder a toda costa; no solo por abandonar a sus hermanos de la Academia Militar en su horas de desgracias ante la implacable persecución del civil proveniente de la Liga Socialista; lo ha sido sobre todo porque entre los dirigentes del movimiento fundado por Chávez hay un acuerdo tácito (y no tan tácito) de “no dejar pasar a Diosdado”.

Vía La Patilla

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