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Desde hace varios meses, la ecuación del poder político en Venezuela, se muestra inamovible: Ninguna de las dos partes ha  tenido la fuerza para anular y hacer desaparecer a la otra. El régimen de Maduro cuenta con la fuerza inercial de las instituciones, del control territorial y el apoyo de la Fuerza Armada, y Juan Guaidó
con un decidido apoyo de la Comunidad Internacional democrática y con un frente político interno que, hasta ahora le acompaña, de los principales partidos democráticos del país. Síganos a las siguientes consideraciones, en las que trataremos de analizar si esta ecuación es susceptible de cambiar en sus componentes o si, por el contrario, nos esperan muchos meses de este precario equilibrio.

1. Quizás la primera pregunta que debemos hacernos es: ¿Maduro puede resistir indefinidamente? Veamos: Puede hacerlo en condiciones cada vez más precarias. ¿Por qué? Porque no tiene en su mano ninguna nueva carta para mejorar la situación calamitosa que es la realidad vital de los venezolanos. Pero en Cuba llevan más de 50 años en la misma situación. En realidad no es la misma situación. En Cuba, luego de la invasión fallida de bahía de Cochinos, la oposición fue aniquilada físicamente y no quedó ningún vestigio de ella. La diáspora estimulada acabó con cualquier posibilidad de estructurar una respuesta popular a la dictadura. Este hecho, no menor, marca una diferencia sustancial.

2. Si Maduro no puede resolver ningún problema fundamental y juega a que la miseria sea su única arma de dominación y si, paralelamente, no puede aniquilar físicamente a la oposición, puede vivir por un largo periodo, como lo hace un paciente en vida vegetal, auxiliado por respiradores y máquinas que sustituyen sus órganos
vitales. Esta situación, prolongada en el tiempo, aumenta para él los riegos de que un estallido incontrolado se lo lleve por delante y de que el apoyo de la FA decrezca por la desmoralización de sus efectivos y porque sea cada vez más difícil atender las demandas de sus cuadros dirigentes, ante la crisis financiera estructural agravada por las sanciones.

3. Maduro tenía en sus manos una carta a jugar y lo intentó sin éxito: Pudo hacer unas elecciones parlamentarias decentes y que hubiese abierto la puerta a una nueva relación con la comunidad internacional que podría haber aliviado las sanciones y las tensiones contra su régimen. En efecto, hasta en el acuerdo propuesto por la administración de Trump se establecía una eliminación progresiva de las sanciones versus la adopción de su parte de medidas de apertura democrática. Maduro intentó la jugada y consensuó con Henrique Capriles un camino. Borrell, entró en esa jugada, pero Maduro fue incapaz de hacer ninguna concesión, dio un portazo en la nariz a la Unión Europea y obligó a Capriles a echar marcha atrás. Su gran oportunidad de normalizar su situación ante el mundo se perdió. Lo traicionó su talante antidemocrático y seguramente, los consejos de la dirección cubana que parecen apostar por la resistencia numantina o por el épico sacrificio de Masada. Así las
cosas, todo se retrotrajo a la situación previa: Elecciones con la mesita y Los Alacranes sin que, como declaró Delcy Rodríguez, les “importe para nada la opinión de la comunidad internacional”.

4. El primer resultado, la Unión Europea renueva las sanciones, desconoce las elecciones del 6D y continuará reconociendo la presidencia de Juan Guaidó.

5. Este panorama de reedición de las condiciones previas a un eventual cambio de condiciones para lograr una participación opositora en las parlamentarias, operó de nuevo como un elemento aglutinador de las fuerzas que dirigen la AN que habían atravesado momentos importantes de disenso. Efectivamente, la renovación del reconocimiento a Guaidó, ha allanado el camino para un consenso sobre la necesidad de que haya continuidad política de la Asamblea Nacional, después de enero, aun cuando, como hemos dicho en entregas anteriores, todavía se debate sobre la forma jurídica e institucional para implementar esta decisión. Fuentes confiables afirman que una reforma al Estatuto de la Transición está, en estos momentos en estudio, para darle piso jurídico a la nueva etapa.

6. Como observará el lector, la realidad que hemos descrito nos devuelve al statu quo anterior con las mismas consecuencias que este ha tenido: Un equilibrio precario y crónico de fuerzas entre ambos términos de la ecuación, mientras se degrada la vida de los venezolanos y aumenta el desinterés por la política y se acumulan elementos para estallidos incontrolables e impredecibles de sectores sociales desesperados.

7. Ni siquiera un exitoso resultado de la Consulta Popular programada para diciembre, en medio de condiciones materiales y logísticas muy precarias, podría revertir en lo sustancial esta situación, aunque, sin duda reforzaría la autoridad política de las fuerzas democráticas venezolanas, al interior y fuera del país.

8. Como hemos insinuado en entregas anteriores, todo pareciera indicar, que lo correcto sería preparar a las fuerzas políticas y a la vanguardia opositora nacional para operar un viraje audaz para el año que viene.

9. Sobre este asunto es necesario evaluar los contenidos implícitos en el lenguaje del liderazgo internacional sobre la situación venezolana. Nos valdremos de dos recientes declaraciones: La primera, de la ministra de asuntos exteriores de España y la segunda del propio Leopoldo López. Ambas reflejan un interesante giro argumental. Ambas ponen de relieve que el impasse venezolano solo se supera con elecciones libres, justas y verificables. Atrás ha quedado la retórica de “todas las opciones
sobre la mesa” e incluso las de modalidades del llamado “cese de la usurpación”. El mundo se orienta al reconocimiento de la necesidad de no plantear alternativas haciéndolas depender de la salida de Maduro.

10. Dicho en otras palabras. Maduro puede ser derrotado, Maduro no tiene fuerzas para ganar una elección, pero obviamente la elección debe ser justa y competitiva.

11. ¿Todo esto implicará nuevas presiones y negociaciones? Obviamente que sí. Solo que es necesario reconocer que el formato de la negociación con Maduro (la de Noruega y Barbados) no dio resultado. La comunidad internacional debería aprender de esto y sugerir dar el paso de entablar canales directos validados y transparentes con las partes en conflicto y alternar negociación y presión para obtener en el horizonte del año próximo, unas “Megaelecciones” que validen TODOS, absolutamente todos los cargos electivos del país y haga nacer una nueva legitimidad en Venezuela. Elecciones que obviamente deben cumplir con los estándares internacionales para que se pueda participar en ellas.
Ya veremos cuál es el resultado de la reforma del Estatuto de la Transición y si este insinúa un viraje necesario en la política de las Fuerzas Democráticas. Por lo pronto convendría ir debatiendo sobre él y las posibilidades de efectuarlo.

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