Argentina, ilustrada por Messi y culminada por Julián Álvarez, ya espera en la final mundialista. Croacia sucumbió pronto ante un rival que rinde más de lo que vale. Una Albiceleste conjurada para por fin llevar a Messi al paraíso. Y bien que el propio Messi le ha abierto el camino. En semifinales, su quinto gol del torneo y una asistencia messiánica o maradoniana, como se quiera, a Julián Álvarez para su segundo bingo.

La jornada se cerró con la merecidísima y honorífica despedida a Modric a la espera del partido por el tercer puesto el sábado y de una sesión continua de Leo el domingo.

Fue Croacia, tan capaz de jugar a que no se juegue, paciente como pocas mientras llega un patinazo rival para penalizarle, la que se quedó en tanga. Estaba tibio el partido, sin colmillo, con más miedo que mala uva, cuando un pase al horizonte de Paredes lo cazó Julián Álvarez, un jabato. Lovren, central croata, andaba desorientado, y Livakovic atropelló al joven delantero del City.

Penalti, el duelo esgrimista de la noche. Messi, no siempre categórico en esa suerte del juego, frente al infuso Livakovic, con cuatro lanzamientos detenidos en Qatar. El rosarino no le dio opción: encañonó la zurda y astilló la red a la altura de la escuadra izquierda del croata. Una zurda, la prodigiosa de Messi, que minutos antes parecía inquietar al 10, toca que toca la zona posterior, con gestos apesadumbrados.

Un gol liberador para Messi y para el partido, muy espeso por entonces. Ninguno estaba dispuesto a la más mínima concesión. Nadie quería achuchar al adversario en su patio. Argentina dejaba la pelota a Croacia, los croatas no la arriesgaban ni a tiros. Todos complacidos, nadie herido. El primer aviso se demoró 25 minutos, un disparo de Enzo Fernández que rechazó Livakovic.

A Croacia, que sobrevive con Modric por bandera y tanta fe como abnegación, carece de chacales. No lo son Kramaric y Pasalic. Y esta vez no tuvo el andamiaje defensivo que le caracteriza. El 2-0 como evidencia. De un ataque de los de Zlatko Dalic por la izquierda se pasó en un pestañeo a una aventura ilusoria de Julián Álvarez. Un buen futbolista, pero no es Diego o Leo como para cruzarse medio campo a su bola hasta embocar. Tal cual, no hubo croata que le arrestara. Mucho menos Sosa, embrollado en el intento despeje final. Con Álvarez de lanzadera, 2-0 para la Albiceleste en menos de diez minutos. Leo Messi, Argentina, a un dedo de su sexta final, la segunda del capitán, como dos jugó Maradona. Mac Allister, de una saga venturosa y con un relato infinito —el padre jugó con Diego, el hijo con Messi— casi marca de cabeza para mandar al garete al subcampeón. Livakovic estuvo gato.

Argentina, con dos guantazos, tenía la semifinal a tiro. Le tocaba gestionar un botín, ideal para la canchera cofradía de Messi. Respecto al duelo con Países Bajos, esta vez abrigada con un cuarto centrocampista (Paredes) en detrimento de un central (Lisandro Martínez). La mudanza llegó a la hora, cuando el segundo relevó al primero y Argentina volvió a abrocharse con tres brigadas por el sector central de la trinchera.

Lionel Scaloni y sus distinguidos consejeros —Aimar, Samuel, Ayala— varían en cada jornada. En cada cita, un traje. Lo que no cambia es el ropaje ambiental con el que cuenta la Albiceleste, también con mucho tirón local, con mucha bufanda argentina colgada sobre las túnicas.

También intervino Dalic, que aprovechó la tregua para dar pista a Orsic y Vlasic. Sin remedio. Le cuesta remar en ataque. Lo suyo es sorprender cuando nadie la espera.

Quien todavía sorprende es Messi. Tiene cuerda y más cuerda. Camina al pasito. Vigila los partidos desde su privilegiado observatorio. No pierde fuerzas de forma innecesaria. Cada intervención amenaza con ser terminal. Casi lo fue ante el meta croata tras una pared con Enzo Fernández. Estaba a punto de irrumpir el Messi más Messi, el fascinante. A sus 35 años pilló la pelota a la altura de medio campo por la orilla derecha del ataque de los de Scaloni. De centinela el prometedor Gvardiol, quizá el zaguero más cotizado de Europa. El capitán argentino le fijó, le amagó, por aquí y por allá, le aceleró y le frenó. Hubo tiempo para anudarle la cintura ya dentro del área. Con el croata al borde del desmayo, Messi homenajeó a Julián Álvarez, que dejó la pelota en la red como el que sopla una vela cumpleañera.

Resuelto el finalista, Qatar fue escenario de un emotivo partido de vuelta del destino. El 1 de marzo de 2006, en el estadio Saint Jakob de Basilea argentinos y croatas se midieron en un amistoso. Ganó Croacia (3-2). El resultado importó una carajada. Aquel histórico día debutó Modric (20 años) como internacional y Messi (18) anotó su primer gol albiceleste. Entonces, 13.138 espectadores inconscientes de su fortuna. En Qatar 88.966 aficionados para despedir con honores al grandioso Modric y gozar con el más maradoniano Messi.

 

 

 

 

 

 

Fuente: El Pais

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