Donald Trump no ha dudado a la hora de desplegar 15.000 efectivos en el Caribe y enviar al mejor portaaviones de la Armada, el USS Gerald Ford, escoltado por destructores y cazas de quinta generación F-35 capaces de lanzar cientos de misiles Tomahawk. Este despliegue militar sin precedentes marca el retorno de una vieja estrategia: la Casa Blanca está sacudiendo la arquitectura geopolítica de EEUU con América Latina. Sus declaraciones públicas en redes sociales contienen una calculada dosis de presión política y económica que buscan cambiar la deriva interna de algunos países de la región. El presidente republicano respalda abiertamente a candidatos afines y endurece las condiciones hacia gobiernos progresistas o no alineados con los intereses de Washington. Esta acción militar ha desatado especulaciones sobre una posible intervención en Venezuela.
Por larazon.es
Al contrario de lo que hicieron Joe Biden y Barack Obama, el republicano ha desempolvado la vieja Doctrina Monroe (1823), cuya fórmula se resumía en la frase «América para los americanos». Esa arquitectura tenía como objetivo evitar la influencia política de Europa en los nuevos países latinoamericanos, dice Gilberto Aranda, profesor titular del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile. «Pero el objetivo principal de la doctrina resucitada en el siglo XXI es evitar el acceso de competidores, particularmente China y Rusia, a la zona de influencia de Estados Unidos» especialmente rica en recursos naturales de la región, incluidos los petroleros.
«La administración Trump está elevando la prioridad estratégica del Hemisferio Occidental», admite Christopher da Cunha Bueno Garman, director para las Américas en Eurasia Group. En realidad, la nueva estrategia de la Casa Blanca parece vieja. En la segunda mitad del siglo XX, Estados Unidos intervino en América Latina propiciando golpes de Estado desde la sombra, como los que sufrieron Allende en Chile (1973) y Jacobo Árbenz en Guatemala en 1954. Cincuenta años después, Trump dice públicamente que ha ordenado a la CIA operaciones encubiertas en Venezuela.
«Vamos a ver una Casa Blanca muy enfocada en el eje de la seguridad, utilizando al ejército estadounidense y quizás realizando algunas operaciones encubiertas. Y esa es una política que tendrá continuidad durante los próximos dos años», asegura Bueno Garman, que señala tres objetivos en la agenda de Trump: «El primero es ayudar a elegir y sostener gobiernos conservadores en la región. El segundo es reducir la presencia china en América Latina. Y el tercero es tener una política de seguridad que combata a los grupos del narcotráfico». La seguridad de Estados Unidos implica también reorientar los recursos para asegurarse un vecindario más seguro dentro de una estrategia dirigida a detener la migración ilegal. «Esta política busca asegurar un área de influencia para Estados Unidos, e implica que los recursos de América Latina deben dirigirse preferentemente hacia Estados Unidos, y la tecnología estadounidense debe ser preminente en la región», asegura Aranda.
El caso de Honduras
Para ello, Trump no ha dudado en intervenir claramente en las elecciones de varios países. El caso más reciente ha sido el de Honduras con la amenaza de retirar apoyo económico al país centroamericano si no vence el candidato conservador. «Si Tito Asfura gana (…) lo apoyaremos firmemente. Si no gana, Estados Unidos no malgastará su dinero», dijo Trump el fin de semana. En octubre hizo algo parecido en Argentina, donde condicionó el envío de créditos por valor de 40.000 millones de dólares a una victoria de Javier Milei. A la espera del recuento final en Honduras, en Argentina la apuesta fue ganadora.
En la misma región, El Salvador ha recibido un importante apoyo bajo la administración Nayib Bukele, principalmente para la gestión migratoria y seguridad, a cambio de su cooperación con EEUU, que incluye el encarcelamiento de personas expulsados por la policía estadounidense, ya sean criminales o inmigrantes sin papeles.
A los países menos amigables se les ha sometido a una intensa presión. México mira de reojo los movimientos del inquilino de la Casa Blanca, quien ha planteado la posibilidad de llevar a cabo operaciones militares contra su vecino si la presidenta Claudia Sheimbaum no frena el tráfico de fentanilo y los flujos de inmigrantes. En Colombia, el presidente Gustavo Petro, a quien Trump vincula con el narcotráfico, ha recibido varias sanciones.
El caso de Brasil es diferente. Tras una primera jugada para evitar que su aliado Jair Bolsonaro fuera a la cárcel, Trump confesó que con Lula da Silva, el actual presidente izquierdista, tiene una buena química. Bueno Garman lo explica de esta manera: «Esta es una administración que busca apoyar a los gobiernos conservadores y penalizar a las administraciones de izquierda, pero no es una política consistente en todos los ámbitos. Lo estamos viendo en Brasil, donde Trump está dando marcha atrás en los aranceles punitivos porque reconoce que no han sido efectivos y que necesita asegurar minerales críticos”. Según él, lo mismo ocurre con México: «Claudia Sheinbaum tiene una buena relación con el presidente, pero es poco probable que veamos el tipo de ayuda financiera que se dio en Argentina en otros países».
Venezuela: el objetivo principal
El golpe en la mesa más sonoro lo ha dado en Venezuela, donde oficiosamente Trump estaría buscando un cambio de régimen con el derrocamiento de Nicolás Maduro. Desde la Casa Blanca aseguran que se trata únicamente de un combate frontal contra el narcotráfico patrocinado, según la visión de EEUU, por Caracas. De moment,o las fuerzas estadounidenses han matado a 83 personas que navegaban en supuestas narcolanchas con destino al norte. En paralelo, el mandatario republicano mantuvo una conversación telefónica con el dirigente venezolano, aunque no ha desvelado el contenido de la misma días después de designar al presidente venezolano como líder de una organización terrorista, el cártel de los Soles, con lo que lo convirtió en un objetivo legítimo de una posible operación militar del Pentágono.
«Gran parte de la presión ejercida en el Caribe responde a una estrategia dual -dice Aranda-. Por un lado, busca luchar contra el narcotráfico. Por otro lado, la estrategia tiene como objetivo primordial lograr un cambio de gobierno en Venezuela», añade. Durante su primer mandato (2016-2020), el magnate amagó con intervenir militarmente en el país caribeño, algo que finalmente no hizo. En Venezuela muchos creen que ahora tampoco se atreverá a enviar marines mientras la incertidumbre sigue creciendo.
Groenlandia y Canadá
Pero la estrategia de Trump no se limita a intervenciones políticas. Trump ha insistido en que quiere hacer América grande de nuevo, pero no solo en un sentido simbólico sino también geográfico. Desde el inicio de su mandato ha coqueteado con la idea de ocupar Groenlandia, territorio autónomo del Reino de Dinamarca rico en petróleo, gas y tierras raras necesarios para fabricar automóviles eléctricos y procesadores avanzados. También ha planteado la anexión de Canadá como un estado más, el número 51 de Estados Unidos, así como la recuperación del Canal de Panamá, entregado al país centroamericano en 1999 en virtud de los Tratados Torrijos-Carter firmados en 1977.
Esta mezcla de presión económica y comercial -la diplomacia de la billetera- unida a la vieja «diplomacia de las cañoneras» -empleada a finales del siglo XIX en plena disputa colonial entre las potencias de Europa y EEUU por establecer imperios comerciales- ha generado recelo en los países americanos gobernados por la izquierda, que temen que Trump les ponga en su punto de mira. Es el caso de Cuba, donde su ministro de Exteriores, Bruno Rodríguez, calificaba la escalada militar estadounidense en el Caribe como una «locura» y una «violación del derecho internacional», basada en la «mentira insostenible» de la lucha contra el narcotráfico. Organizaciones humanitarias como Amnistía Internacional han alertado del giro estadounidense al considerar que priman los intereses económicos y políticos sobre los derechos humanos de millones de afectados por las nuevas regulaciones migratorias.
En todo caso, Garman introduce un matiz clave: «Esta es una Casa Blanca que se está moviendo agresivamente por la región, pero cuando se trata de transformar América Latina tiene capacidades limitadas… y muchas de sus políticas terminan pivotando cuando comprueban que no funcionan».
En definitiva, Trump ha vuelto a poner a América Latina en la primera capa de la esfera de influencia de Estados Unidos, lo que obliga a no pocos países de la zona a recalcular sus alianzas en un momento cada vez más incierto y disputado. Nadie sabe realmente hasta dónde está dispuesto a llegar el hombre más poderoso del mundo ni si su estrategia responde a un plan de largo aliento o a impulsos tácticos marcados por su incontinencia verbal.

