En el hogar de Teresa Díaz, en la barriada Ojo de Agua de Baruta, el sistema eléctrico no se ha restablecido en su totalidad desde el megaapagón del 7 de marzo. Han sido 12 días de servicio nulo o intermitente; más de 280 horas a oscuras. Además de los problemas con el agua que genera la interrupción.

“La luz se va y viene. Pareciera que alguien bajara y subiera una palanca con la electricidad. Es horrible”, expresó Díaz, desde la ventana por donde atiende en su local, al lado de su casa, este 19 de marzo.

No había luz. El establecimiento estaba a oscuras. Unas cinco empanadas reposaban en el mostrador. Uno de sus familiares limpiaba el sitio. Díaz, mientras conversaba, se sorprendió, se paró del banco donde se sentaba y buscó con la mirada en el suelo.

“Mire que no es mentira, acaba de llegar la electricidad”, comentó. Sin embargo, el retorno de la luz no era motivo de alegría. Al contrario, le preocupaba los daños que la constante irregularidad en el suministro pueda ocasionarle a los equipos de su negocio.

“Me da miedo mi nevera. Gracias a Dios ha aguantado. Pero si se daña ¿cómo hago? ¿con qué trabajo? Por ejemplo ayer (18 de marzo) se fue la luz todo el día”, expresó, angustiada. Se volvía a sentar en el banco de madera.

Puede atender su negocio medianamente, porque cuenta con una cocina que trabaja con gas. Sin embargo, cuando se corta la electricidad, poco puede resolver para atender cabalmente a la clientela, que ha disminuido por los cortes. Pero ha sufrido pérdidas en su negocio.

“Trato de mantener la empanadas calientes en bolsas de papel, para retener el calor. Pero no funciona del todo. Además, entre los cortes perdí 20 kilogramos de atún, algo de pollo y queso”, expresó.

También se ha dedicado a realizar inventos caseros para tener algo de luz en el hogar cuando falla. Intentó crear una especie de lampara con trozos de tela, gasoil, queroseno y botellas de vidrio.

“Intenté hacer un mechero para tener luz en la casa de noche. Pero no me resultó. Solo dormí toda la noche asfixiada con el olor a quemado. Nada que prendió, seguimos a oscuras”, dijo.

A un par de casas del negocio de Díaz se encuentra un taller mecánico que da  a la calle. Vecinos se reunían en él, para trabajar, conversar y llevar algún vehículo para ser revisado. La electricidad, que recién llegaba, les brindaba lo último que necesitaban para continuar sus labores.

“Llega por poco tiempo y se va. Se va a cada rato”, aseguró uno de los mecánicos. El taller era pequeño. Frente a las paredes negras, sucias por la grasa, guindaba un bombillo que daba luz a la habitación repleta de herramientas, repuestos, maquinas, neumáticos, rines, cachivaches; peroles y suciedad.

“Ahorita hay luz”, señalaba al bombillo, mientras fumaba. “Pero ya pronto se va. Así ha sido los últimos días, después del apagón”, comentó. Le alcanzaba una herramienta a su compañero con una mano y sujetaba el cigarro con la otra. Volvía a fumar.

“Lo máximo que ha durado la luz en estas últimas semanas es media hora. No más de ahí”, reafirmaba, mientras se volvía a ocupar con uno de los vehículos que aguardaba.

Para él, ha sido difícil vivir y trabajar así. Sobre todo para comer y refrigerar la comida en su hogar a falta de electricidad para que funcione la nevera.

“Hemos comprado enlatados para tener comida que no se dañe. Y en las pocas ocasiones que compramos carne es lo justo. Las raciones contadas para comer ese mismo día. Antes, la luz no fallaba así”, dijo.

Falla la luz, falla el agua

En este sector de Baruta el agua poco llegaba antes del apagón. Sin embargo, después de la falla eléctrica que afectó por más de 120 horas a todo el país, el servicio de agua es aún más deficiente.

“Por allá hay un manantial”, señalaba Díaz. “Nos ha tocado surtirnos de ahí. Se formaban colas. Ahorita está medio llegando el agua y por eso hay menos gente, pero aquí llega el líquido cada 15 días”, agregó.

En las afueras del taller mecánico se posaban unos pipotes de agua. Un hombre acababa de subir unas empinadas escaleras con las manos llenas de un par de estos pipotes. Rebosaba el agua y goteaban. Uno de los mecánicos volvía a comentar:

“El agua también nos falla. Hay que estar bajando a buscar agua allá para llevar a la casa”, comentó.

Luz intermitente en Palo Verde

En partes de Lomas del Ávila, en Palo Verde, también la luz es intermitente. En el hogar Karín Rangel, en esta zona del municipio Sucre, la electricidad se va cada 15 minutos. Rodríguez cuenta los minutos con desespero.

“Suele ser así: cada 15 minutos los cortes. Sin embargo, ayer se fue toda la mañana y llegó a la 1:00 pm”, indicó Rangel.

Desde el día del apagón, se fue el servicio durante tres días a oscuridad total, luego comenzó a restablecerse el servicio pero no ha logrado ajustarse completamente. También teme por sus electrodomésticos.

“Con mucha suerte no se me ha dañado nada en casa, pero hay vecinas que si. Son gastos que no tenemos previstos y prácticamente imposible pagar en estas circunstancias”, aseguró.

En conjunto con sus vecinos, han ideado alternativas para poder refrigerar la comida durante los lapsos sin electricidad. Han llenado potes de agua y congelado para reservar los cárnicos.

En esta zona, en las calle 16 de Lomas del Ávila, el suministro de agua también es precario. Los primeros días del apagón debieron pagar un camión cisterna para poder surtirse. Luego comenzó a llegar el agua pero solo 10 minutos en la mañana.

“Me tuve que ir donde mi hija”

En Prados del Este, en los alrededores de la subestación eléctrica de La Ciudadela, la luz llegó, desde el apagón, el pasado fin de semana, después de más de 210 horas sin suministro eléctrico. Algunos sobrevivieron a la oscuridad y otros buscaron refugio con familiares.

“Me tuve que ir donde mi hija, en Los Samanes. Allá había luz. Recién pude venir el domingo a mi casa, cuando ya había electricidad”, manifestó Renata Sánchez. Se dirigía a su trabajo.

En esta zona, cerca del Centro Comercial Concresa en Terrazas del Club Hípico, el pasado 11 de marzo, hubo una explosión en esta la subestación, en La Ciudadela, que afectó el suministro eléctrico.

Con su edad avanzada, no pudo aguantar subir y bajar cuatro pisos. A veces con peso en sus manos. Lo describió como irresistible. “Donde mi hija estaba mucho mejor. Espero que no se vaya de nuevo la luz”, expresó.

 

Fuente: Efecto Cocuyo.

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